Cuando recuperó el conocimiento estaba en un lugar desconocido, pero que le resultaba familiar. Demasiado familiar.
Estaba esposada a un tubo metálico que formaba parte de la estructura de una litera , tumbada en el suelo, con cadenas firmemente apretadas alrededor de sus tobillos y rodillas. Le dolía la cabeza y los tubos halógenos del techo hacía que le doliesen los ojos.
En aquel barracón había unas diez literas, las paredes eran tan blancas que deslumbraban y todas las sábanas que cubrían los colchones estaban limpias y sin una sola arruga. El suelo grisáceo también brillaba y olía a limpiasuelos con aroma a limón. No se podía negar que Fedra Luvski, La Capitana, sabía como hacer trabajar a sus reclutas. Antes de que los Balas Blancas lo ocupasen aquel era un viejo cuartel abandonado, hogar de ratas y vagabundos; ahora era una instalación paramilitar donde reinaban la higiene, el orden y sobre todo la disciplina.
Cuando escuchó abrirse la puerta del barracón Ninette intentó incorporarse, sin éxito. La habían encadenado de tal forma que solo podía sentarse en el suelo. Al menos el suelo estaba limpio.
Fedra, líder de los Balas Blancas, avanzó sobre el limpio suelo en su dirección. Llevaba puesto una especie de culotte caqui que resaltaba las formas de sus impresionantes nalgas y dejaba al aire los muslos. Las musculosas pantorrillas se apretaban bajo unos calcetines verdes, y un sujetador deportivo de camuflaje contenía a duras penas el generoso busto. La Capitana sonreía, pero sus ojos azules eran tan fríos como de costumbre.
—¿Qué es esto, Luvski? —le espetó la lugarteniente de los Pumas Voladores cuando se detuvo junto a la litera— ¿Soy una especie de regalo para tus soldaditos?
—Tranquila, pequeña, este es el barracón de las chicas.
Teniendo en cuenta lo que había pasado la última vez que fue prisionera de los Balas Blancas, aquello no la tranquilizaba demasiado.
—¿Y qué coño hago aquí? ¿Es que no te quedan celdas libres?
Ninette intentaba que su voz sonase firme y desafiante, pero encontrarse inmovilizada frente a una gigantona que podía aplastarla de un pisotón añadía a su voz un temblor que Fedra, por su parte, encontraba encantador.
—No estás en una celda porque esta vez no eres una prisionera, sino una invitada —explicó, con una voz suave y pausada que pocos de sus subordinados habían escuchado alguna vez—. Vas a ser mi invitada durante un mes, así que deberías empezar a comportante como tal, para que pueda quitarte esas incómodas cadenas.
—¿Un mes? ¿Pero de qué mierda estás hablando pedazo de...
Fedra interrumpió la pregunta de Ninette con una bofetada suave que casi le hace perder el conocimiento. Una bofetada fuerte le habría arrancado la cabeza.
—Modera ese lenguaje, y dirígete a mí con respeto. Mientras estés aquí soy tu superior, no lo olvides.
No quería llorar. Le ardía la mejilla y no entendía qué demonios estaba pasando, pero no quería llorar delante de ella. Ya lo había hecho, y se había jurado a sí misma no volver a hacerlo.
La Capitana se puso en cuclillas, forzando la resistencia del culotte con la musculatura de sus glúteos. Explicó lo que había pasado la noche anterior, después de que Brenda y Esther se la hubiesen llevado , dejándola inconsciente de un culatazo. Le habló de El Coliseum, y de las condiciones del combate contra Lazslo Montesoro.
—Así que —concluyó Fedra Luvski—, tienes dos opciones: vivir durante treinta días como una Bala Blanca. Dormir en este barracón con las demás chicas, comer con ellas, ducharte con ellas, entrenar y trabajar como ellas. O si lo prefieres te meteré en aquella celda, como la otra vez, y quién sabe, puede que termines siendo un regalo para mis soldaditos.
Cuando terminó de hablar le pasó la mano por la cabeza, despeinando aún más sus ya alborotados cabellos teñidos de rubio platino. La puma no salía de su asombro. No sabía qué decir. ¿Realmente iban a permitir Lazslo y Koudou que aquella tarada la retuviese durante todo un mes?
—¿Sabes por qué he vuelto a traerte aquí? —habló de nuevo La Capitana—. Porque creo que tienes potencial, pero nunca lo desarrollarás por completo rodeada por vagos como Montesoro. ¿Te acuerdas de Brenda y Esther, las dos reclutas que te vencieron anoche? Hace unos meses no eran más que dos ratitas callejeras, pero vi algo en ellas y las estoy moldeando para convertirlas en mujeres excepcionales... como lo soy yo, o como podrías serlo tú. Solo necesitas algo de disciplina, pequeña, y eso es algo que yo puedo darte.
Ninette la miraba con sus grandes ojos verdes abiertos como platos. Tenía que reconocer que aquellas dos niñatas la habían vapuleado, pero no le gustaba la idea de dejarse "moldear" por aquella mujer, aunque solo fuese por un mes.
—Vamos, no finjas que te lo estás pensando. Se que no quieres estar aislada en una celda. Se que no quieres ser el juguete sexual de tipos como Caimán. Pero no creas que esto es una especie de campamento de verano para chicas rebeldes. Si tienes pensado jugármela saca esa idea de tu cabecita.
Dicho esto, Fedra fue hasta un interfono acoplado junto a la puerta del barracón. Se escuchó un zumbido y una voz habló por el altavoz.
—A sus órdenes, Capitana.
—Traedme al arrestado al barracón B-3.
—A sus órdenes, Capitana.
La enorme mujer se aproximó de nuevo a su invitada.
—Voy a dejar que veas, que seas testigo de lo que es la verdadera disciplina.
Cinco minutos después llamaron a la puerta del barracón.
—¡Adelante!
La puerta se abrió, dando paso a dos Balas Blancas, un hombre musculoso (como todos los Balas Blancas) y una mujer de pelo corto (como casi todas las Balas Blancas). Entre los dos llevaban a un joven recluta vestido solamente con unos calzoncillos verdes, esposado y con los ojos vendados con un paño también verde. La mujer llevaba en su mano libre un maletín metálico bastante grande. Un maletín que Ninette conocía muy bien.
El joven debía de ser de la edad de Lazslo, unos diecinueve años, y físicamente era muy parecido. No muy alto, cuerpo fibroso, piel morena y rasgos suaves pero varoniles. La venda impedía verlos, pero tal vez sus ojos también fuesen grandes y marrones como los de Lazslo. Ninette se preguntó si el parecido de aquel desgraciado con su líder era casual.
—Este es uno de mis reclutas —dijo Fedra—. Ayer uno de sus superiores le sorprendió durmiendo durante su turno de guardia, y además encontramos marihuana y pornografía en su taquilla. Ahora vas a ver que cuando hablo de disciplina no lo hago en broma.
Los esbirros obligaron al chico a arrodillarse. El hombre le pegó la cara al limpio suelo mientras la mujer le quitaba la ropa interior. La Capitana se quitó el culotte. No llevaba bragas, y su vello púbico era tan rubio que desde cierta distancia daba la impresión de que fuese totalmente rasurada. Colocó el maletín sobre una litera y lo abrió, sacando de su interior un instrumento de color verde oscuro con forma de pene, de unos cuarenta centímetros de largo y tan grueso como una lata de refresco. Se lo colocó con un arnés de cuero, haciendo encajar en su vagina una protuberancia estriada, pensada tanto para mejorar la sujeción del enorme objeto como para proporcionar placer a su portadora.
—¿Te acuerdas de mi Ariete, Ninette?
La puma no respondió. Desde luego que se acordaba. Sin embargo, a pesar de que en su momento le había parecido enorme y le causó un dolor indescriptible lo recordaba más pequeño. Como si le leyese el pensamiento La Capitana habló de nuevo:
—Este no es el mismo que usé contigo. Es un nuevo modelo, de mayor calibre. Me di cuenta de que el otro no hacía suficiente daño.
—Ese tipo de cosas no están pensadas para hacer daño, sino para dar placer —se atrevió a decir Ninette.
—¡Ja, ja, ja! ¿No me digas? ¿Acaso crees que yo no siento placer cuando lo uso? ¿O que las afortunadas a las que se lo meto en sus chochitos no gimen de placer? Cada cosa en su momento, pequeña.
Mientras sacaba del mismo maletín un tubo de lubricante y aplicaba una buena cantidad sobre el Ariete el recluta desnudo comenzó a lloriquear.
—Mi... mi Capitana, por favor. No lo volveré a hacer, se lo juro...
La mujer que lo sujetaba por la cintura para que mantuviese el culo en alto le azotó las nalgas con saña.
—¡Cállate, pajillero fumeta!
La Capitana flexionó las piernas, situó la punta del Ariete entre las temblorosas nalgas de su subordinado y lo introdujo lentamente en el estrecho orificio. El joven gemía y se agitaba, suplicaba piedad. La líder de los Balas Blancas lo agarró por las caderas, indicando el hombre musculoso y a la mujer de pelo corto que se apartasen. Se levantó el sujetador deportivo de camuflaje, liberando sus dos tetazas, y Ninette tuvo que reconocer para sí que eran las más grandes y bonitas que había visto nunca. La propietaria de tan sublime delantera se pellizcó un pezón con una mano, mientras con el otro brazo agarraba por la cintura al arrestado, elevándolo del suelo mientras su pelvis golpeaba cada vez más deprisa contra las nalgas del joven, quien gritaba de dolor, empapando con lágrimas el paño que le cubría los ojos.
Ninette se percató de que el hombre musculoso y la mujer de pelo corto estaban excitados, observando la escena sentados en una litera cercana, se pasaban la lengua por los labios y no tardaron en bajarse los pantalones de camuflaje y comenzar a masturbarse. La Capitana embestía cada vez más deprisa, el recluta gritaba cada vez más fuerte.
Varios minutos después hubo tres orgasmos dentro del barracón B-3. Y si no hubo cuatro fue porque Ninette tenía las manos esposadas a la litera.
Lazslo sudaba de tal forma que un charco salado comenzaba a formarse bajo el banco de ejercicios. Los músculos de su torso y brazos se hinchaban bajo la piel, los tendones se tensaban hasta el límite de su resistencia y casi podía percibirse el flujo de la sangre en las marcadas venas.
Soltó las mancuernas en el suelo, suspiró y miró a su alrededor mientras se secaba el sudor con una toalla. El gimnasio, propiedad de los Pumas Voladores, estaba desierto. Apenas había amanecido y las máquinas de ejercicios descansaban en la penumbra como extraños robots durmientes, el saco de arena esperaba inmóvil la caricia de unos puños anónimos, el ring vacío parecía hambriento de sudor y sangre.
Habían pasado casi dos semanas desde el ataque de los Balas Blancas. Casi dos semanas desde que fuese humillado por Fedra Luvski delante de sus hombres. Casi dos semanas desde la muerte de cinco miembros de su banda. Casi dos semanas sin Ninette.
Lazslo se sobresaltó cuando escuchó deslizarse la puerta corredera de la gran sala de entrenamiento. Aunque dos pumas montaban guardia en la entrada principal y otros dos en la puerta trasera, el líder de los Pumas Voladores sabía que no podía bajar la guardia ni un segundo. Se tranquilizó cuando reconoció la silueta menuda y esbelta del joven Loup Makoa.
Dos días después de la captura de Ninette había sido ascendido a lugarteniente, cosa que no sorprendió a nadie, ya que todos esperaban que tarde o temprano el hábil e inteligente Loup ascendiese de rango. El muchacho había cumplido con creces las expectativas sobre su competencia, sofocando un intento de rebelión por parte de varios traficantes de la zona y realizando audaces misiones de espionaje en la zona de los Balas Blancas. También había entablado una estrecha amistad con Lazslo, quien comenzaba a considerarlo un consejero más valioso que el hermético Koudou, más silencioso y huraño que nunca desde el rapto de Ninette.
—¿Qué tal, Jefe? —dijo, parándose frente al banco—. Creí que yo era el único que entrenaba tan temprano.
Lazslo se puso la toalla al cuello y lo miró. Vestía unos pantalones cortos parecidos a los suyos y una camiseta de tirantes ajustada. Llevaba el pelo, negro y brillante, muy corto, salvo por el flequillo que cubría uno de sus ojos rasgados y parte del exótico y andrógino rostro.
—La verdad es que ya he terminado. Llevo aquí toda la noche.
Loup se sentó en el banco, apoyando una mano, delicada pero firme, en el hombro de su líder.
—Ya lo sé. Entrenas toda la noche y gran parte del día —Los dedos se movieron por los músculos del hombro y del cuello—. Tienes mucha tensión acumulada, y eso no es bueno. Deberías pasar de vez en cuando por El Boogaloo, o dar una vuelta con alguna chica de la banda.
La otra mano del nuevo lugarteniente se posó sobre el otro hombro de su superior. Lazslo cerró los ojos, dejando que las hábiles manos de Loup aliviasen sus doloridos músculos.
—No puedo perder el tiempo jugando al billar o follando con novatas. Ninette no me lo perdonaría.
Después de trabajar los hombros y el cuello, las manos bajaron hasta los lumbares, moviéndose con destreza arriba y abajo, generando un agradable calor que se extendió por toda la espalda hasta el cerebro, envolviendo sus pensamientos y desdibujándolos. Ni siquiera se dio cuenta de como, con un movimiento fluido y sigiloso, Loup se colocaba frente a él, de rodillas frente al banco de entrenamientos, sin interrumpir el masaje. Abrió los ojos y vio como le bajaba los pantalones cortos.
Ninguno de los dos dijo nada cuando el masaje se trasladó de la espalda a la entrepierna. Loup agarró suavemente el miembro erecto de Lazslo, con ambas manos, moviéndolas despacio arriba y abajo mientras atrapaba el glande con los labios. Al cabo de unos minutos continuó con una sola mano, y con la otra se apartó el flequillo de la cara y acarició los tonificados muslos del líder. Se bajó sus propios pantalones y lamió, sin prisa, recreándose en cada milímetro de la suave piel desde los testículos hasta el frenillo.
Lazslo respiraba profundamente, agarró con las manos los bordes del banco hasta que los nudillos se le pusieron blancos y deslizó hacia adelante el cuerpo, facilitando la labor de su subordinado, cuya cabeza se movía cada vez más deprisa.
Se corrió con un una serie de fuertes gemidos que sin duda debieron escuchar los miembros de la banda que montaban guardia a las puertas del gimnasio. El semen se desbordó, fluyó de la boca de Loup y cayó sobre su pecho, resbalando hasta el abdomen y los muslos, formando pequeños charcos perlados en el suelo.
—Joder, Jefe, ¿cuanto hace que no descargas? —dijo el joven, retirando de sus brillantes labios restos del viscoso fluido.
El Jefe rió, por primera vez en muchos días. En el bello rostro de Loup Makoa apareció su característica sonrisa, entre inocente y malvada. Los ojos rasgados se abrieron al máximo y brillaron en la penumbra del solitario gimnasio, observando el cuerpo de Lazslo, brillante de sudor.
—No nos vendría mal una ducha —dijo, bajando la vista hacia su propio cuerpo.
—Desde luego.
Bajo el chorro de agua caliente, con la cabeza levantada y los brazos caídos a ambos lados del cuerpo, Lazslo cerró de nuevo los ojos y dejó que las manos del joven aliviasen sus cargadas piernas. La mampara de cristal se cubrió de vaho mientras Loup masajeaba los gemelos, subiendo poco a poco. Cuando llegó a la parte interior de los muslos, trazando amplios círculos que daban la vuelta hasta los duros glúteos vio como a escasos centímetros de su rostro el miembro del líder crecía y palpitaba de nuevo. Le dio un largo lametón en la parte superior, desde la punta hasta la base que desaparecía entre el corto vello rizado, subió hasta el ombligo, dejando entrar en su boca abierta el agua con sabor a jabón que resbalaba por los definidos abdominales. Siguió ascendiendo, movió la lengua en círculos alrededor de los pezones pequeños y duros, llegó hasta el cuello y continuó hasta los labios.
Apretados uno contra otro, Lazslo notó la verga de Loup apretada contra su muslo, algo más pequeña que la suya pero igual de dura y húmeda. Metió la mano entre los cuerpos y la acarició, envolviéndola con los dedos. Era la primera vez que tocaba el pene de otro hombre y la sensación fue al principio extraña, pero agradable. Apretó un poco, recreándose en la suavidad de la piel y en los tenues gemidos que el joven lugarteniente dejaba escapar cerca de su oído.
Sin separarse ni un milímetro del cuerpo de su superior Loup se dio la vuelta, apoyó las manos en los blancos azulejos de la ducha, ofreciéndose, rindiendo sin condiciones el estrecho orificio que Lazslo ya exploraba con sus dedos, dejando caer entre las nalgas un abundante chorro de aceite corporal. Entró despacio, besando desde atrás el cuello y los hombros del muchacho, quien respiraba profundamente y se masturbaba con lentitud. Se quedó dentro un buen rato, disfrutando de la cálida estrechez, le obligó a enderezar el cuerpo hasta que la espalda se pegó a su torso, y cuando volvió la cabeza le apartó el empapado flequillo del rostro y las lenguas se entrelazaron de nuevo.
Loup se puso de puntillas, movió los brazos hacia atrás y se aferró a las nalgas de su líder, quien a su vez le agarraba por la cintura. El cuerpo delgado y elástico comenzó a moverse, vibrando casi en algunos momentos, retorciéndose entre el vapor, el agua y el aceite. Lazslo apenas tuvo que hacer nada, solo acelerar con su mano la llegada de un orgasmo que hizo gritar al joven de tal forma que apenas se escucharon sus propias exclamaciones, pues se corrieron casi al unísono. Exhausto, Lazslo se dejó caer contra la pared. Toda la tensión de su cuerpo había desaparecido, se iba por el desagüe junto con el agua, el aceite y el semen.
Media hora después, cuando reponían fuerzas con bebidas isotónicas de extraños colores sentados en la oficina del gimnasio (oficina que tenía escasa actividad, ya que los únicos que usaban las instalaciones eran los miembros de la banda), Bogard irrumpió con su habitual vehemencia, dando mordiscos a un enorme bocadillo que parecía diminuto en su manaza.
—¿Cómo va ese entrenamiento, Jefe? —dijo, acomodando su corpulencia en un sofá de desgastado cuero azul.
Del encuentro con los Balas Blancas Bogard conservaba varias cicatrices, pero la más impresionante era la que un machetazo había dejado en su brazo izquierdo, desde el codo hasta el hombro. Dio otro mordisco a su desayuno mientras esperaba la respuesta de su líder.
El rostro de Lazslo, que brillaba cuando salió de la ducha compartida, se ensombreció de nuevo.
—Tengo la impresión de que haga lo que haga será inútil —dijo, con la mirada perdida en la etiqueta de su bebida—. Fedra es demasiado fuerte, y si no consigo derribarla pronto y me atrapa en su abrazo...
Los lugartenientes se miraron en silencio, Bogard masticando con parsimonia y Loup Makoa pasándose una mano por el recién peinado flequillo. Ambos sabían, a su pesar, que tenía razón. El estilo de combate de Lazslo se basaba en la velocidad y la agilidad, en esquivar los ataques del contrario y contraatacar con golpes certeros y rápidos.
—Deberías hacer caso a Koudou e ir a verla —dijo al fin Bogard.
Lazslo resopló, se inclinó hacia atrás, haciendo crujir el respaldo de la cómoda silla de oficina. Últimamente el guerrero negro no le daba muchos consejos, y el último no había sido otro que recomendarle visitar a su madre.
—Yo no creo en la magia —afirmó el líder.
—Tampoco pierdes nada por ir a visitarla —dijo Loup—. Creas o no creas, Biluva es una mujer sabia, y tal vez pueda aconsejarte.
Se levantó, poniendo fin a la conversación. Dio un último trago a la bebida isotónica de color extraño.
—Me lo pensaré. Pero francamente, no creo que los consejos de una bruja puedan serme de mucha ayuda en El Coliseum.