El pequeño edificio solo tenía tres plantas, y cada una de ellas presentaba distintos grados de suciedad y abandono. Cuando Lazslo entró en la penumbra del portal, un gato de color indefinido pasó entre sus piernas, distrayendo su atención de las manchas de humedad, el penetrante olor a orina y el zumbido de la precaria instalación eléctrica.
El líder de los Pumas Voladores no sabía muy bien que hacía allí. Debería estar entrenando en el gimnasio y no perdiendo el tiempo con chorradas sobrenaturales. Respetaba a Biluva y le permitía tener su negocio dentro del territorio porque era la madre de Koudou, y porque su actividad no causaba molestias, pero nunca había visitado a la famosa bruja y miraba con cierta desconfianza aquello en lo que otros, sobre todo mujeres de mediana edad y tipos raros, confiaban ciegamente.
Llamó al timbre del bajo izquierda con insistencia. No quería pasar allí más tiempo del necesario, y soltó con disimulo un suspiro de alivio cuando la puerta se abrió. Un rostro negro y brillante, de grandes labios, nariz chata y ancha, mejillas rollizas y unos penetrantes ojillos oscuros apareció de pronto al abrirse la puerta.
—¡Lazslo! Ya era hora, tesoro. Vamos, pasa, pasa, no te quedes ahí plantado que no muerdo.
Dentro de la vivienda de Biluva la atmósfera era totalmente distinta. También reinaba la penumbra, pero no era sórdida y maloliente como la del exterior sino relajante, llena de agradables aromas, algunos de los cuales Lazslo pudo reconocer (de la cocina llegaba la fragancia de un estofado de patatas) y otros no. Siguió a la mujer hasta una habitación iluminada con velas y un par de lamparitas con forma de plantas carnívoras que despedían un suave resplandor anaranjado.
—Siéntate, cielo, te traeré algo de beber.
—Oh... no se moleste.
—¡Uy! Pero no me hables de usted, hijo, que no soy tan vieja.
Lazslo la contempló detenidamente mientras llenaba dos vasos de vidrio verde con el contenido de una peculiar botella con forma de plátano. Desde luego Biluva no era vieja, pero tampoco joven. Medía poco más de metro sesenta y tenía las rotundas formas de una antigua diosa de la fertilidad. Los pechos eran tan grandes que resultaba sorprendente que pudiese mantenerse erguida, aunque tal vez era posible gracias al contrapeso del enorme trasero. Remangándose su ligero vestido floreado hasta las rodillas se sentó frente a Lazslo, en un viejo sofá cubierto por una especie de poncho multicolor. Le ofreció el vaso y se bebió el suyo de un trago, tras lo cual sacudió la cabeza, incluida la abundante esfera de pelo a lo afro que la rodeaba y los llamativos pendientes hechos con lo que parecían conchas y colmillos.
—Lo siento... eh... Biluva, pero yo no bebo alcohol.
—¿Y quién ha dicho que esto tenga alcohol? Vamos, vamos, precioso, bebe un trago —dijo la bruja, poniendo sus pies descalzos sobre una mesa baja.
Su invitado miró un instante las regordetas pantorrillas, negras como la obsidiana, y obedeció. El bebedizo bajó por su gaznate como oro fundido, haciéndole toser y dejándole la lengua dormida durante varios minutos.
—Jo... joder.
—¡Ja, ja, ja! Está bueno ¿verdad, amorcito? —rió Biluva, provocando un temblor sísmico en su pecho—. No estés incómodo, hijito, Koudou me ha contado tu problema, y creo que tal vez pueda ayudarte.
Lazslo miró a su alrededor, intentando desviar su atención del absorbente escote de su interlocutora. La habitación estaba decorada con multitud de objetos a cual más extraño: máscaras de madera tallada, tapices con motivos geométricos que parecían moverse, cráneos variados (algunos humanos y otros casi humanos), estatuillas de piedra, de marfil, de ébano y de materiales difíciles de identificar en la penumbra. Lo que más llamaba la atención era un pequeño altar situado en la pared de la estancia, rodeado por velas de varios colores, manojos de hierbas y cuencos de distintos tamaños y formas. En el centro del altar se erguía una escultura de apenas veinte centímetros, de piedra verdosa, que representaba toscamente lo que parecía un guerrero prehistórico armado con lanza y escudo. Lo más llamativo del hombrecillo era su cabeza, el largo cuerno que brotaba de su frente, la lengua puntiaguda que asomaba por su ancha boca llena de colmillos y los ojos, unos ojos entrecerrados que destilaban una maldad primigenia, tan intensa que Lazslo no pudo disimular un escalofrío. Se sobresaltó cuando la negra hechicera habló de nuevo.
—No temas a Kuokegaros, tesoro. Los dioses como Kuakegaros no soportan a los cobardes, y ayudan a los que son valientes y se enfrentan a poderosos enemigos.
Seguro que Kuokegaros nunca tuvo que enfrentarse a una bestia como Fedra Luvski, pensó Lazslo.
—¿Y qué es lo que tengo que hacer? —preguntó, consciente de que su visita giraba alrededor de la extraña estatuilla—. ¿Rezar? ¿Hacer un sacrificio?
Biluva se sirvió otro vaso de brebaje y miró al líder de los Pumas con una enigmática sonrisa, sin duda la misma con la que miraba a las amas de casa del barrio cuando les echaba las cartas. Dejó el vaso en la mesita, puso los pies en el suelo y le hizo un gesto a Lazslo para que se acercase, separando las piernas. No sabía que era lo que había en el vaso verde, pero una agradable sensación se extendía por sus extremidades. Se sentó frente a ella, en el borde de la mesa.
—Nada de eso. Tendrás que pasar una prueba, para que Kuokegaros te considere digno de otorgarte parte de su poder, a través de mí, su sacerdotisa.
Mientras hablaba, Biluva se había quitado el veraniego vestido, quedando completamente desnuda salvo por los pendientes y los numerosos brazaletes y pulseras que tintineaban en sus muñecas. Lazslo lo contemplaba todo como hipnotizado, menos sorprendido por la actitud de la mujer que si le hubiese ofrecido algo para picar. Empezó a tener mucho calor, y se desnudó también, como si fuese algo totalmente lógico.
—¿Notas el calor, tesoro? Esa es tu prueba. Si lo soportas la fuerza de Kuokegaros entrará en ti, pero primero tu fuerza debe entrar en mí... ¿notas el calor, cielo?
Desde luego que notaba el calor. Era como estar sentado delante de una estufa. El joven sudaba, mirando arrobado los inabarcables pechos, los pezones grandes y oscuros. La erección llegó a su punto máximo cuando la bruja abrió todavía más las piernas, mostrándole en todo su esplendor el carnoso y húmedo templo de Kuokegaros, la fuente del calor que le golpeó como el aliento de un dragón.
Inclinándose hacia adelante chupó uno de los pezones, que apenas le cabía en la boca, acariciando con las manos los gruesos muslos. La piel de ébano casi quemaba.
—Tómate tu tiempo, pequeño. No tenemos prisa —dijo Biluva, agarrándose las tetas y levantándolas—. Prueba primero con ellas...
Afirmando los pies en el sofá, a ambos lados de la corpulenta mujer, se agachó para hundir el miembro entre lo que parecían dos odres de agua caliente. Jadeando como si llevase dos horas moviéndose en lugar de dos minutos movió las caderas arriba y abajo, haciendo que la punta lograse asomar por el canalillo. Apoyó las manos en los hombros de la sacerdotisa y aumentó la velocidad.
—Vamos, vamos... no te reprimas, deja que la pruebe...
Se elevó un poco para sacarla de entre las tetazas negras, palpitante y brillante por el sudor. Antes de que perdiese aquel calor antinatural Biluva adelantó la cabeza y la atrapó con la boca. Lazslo sintió una lengua de fuego trazando círculos alrededor de su glande, una potente succión y la caricia de un aliento que era casi vapor. Sin que pudiese hacer nada por contenerse todo su cuerpo se sacudió, agarró el pelo a lo afro como si fuese a caerse por un precipicio y con un largo gruñido gutural se corrió sin sacarla de la boca, sintiendo como la garganta engullía hasta la última gota.
Tan cansado que apenas se tenía en pie se sentó a horcajadas en uno de los muslos de la mujer, intentando no resbalar con el sudor y observando su lengua, roja y brillante, humedeciendo los carnosos labios al relamerse con deleite.
—Excelente, tesoro. Y ahora prepárate para la verdadera prueba... entra en el templo y resiste el Fuego de Kuokegaros.
Lazslo comprobó, no sin cierta sorpresa, que su verga seguía totalmente erecta a pesar de la intensa descarga. Miró la grieta, tan chorreante que empezaba a mojar la tapicería del sofá, y acercó la mano despacio. No creía en la brujería, pero que un cuerpo humano emanase tanto calor no era natural.
—Su puta madre... ¿tienes un horno dentro del coño o qué?
Biluva rió a carcajadas, agarró al joven con una fuerza tremenda y lo tumbó sobre ella, obligándole a penetrarla. La risa dio paso a un enloquecido aullido de placer. Puso los ojos en blanco y agarró las nalgas de Lazslo tan fuerte que le clavaba las uñas y los bordes de las pulseras. El líder de los Pumas Voladores también aulló, pero de dolor. Lo que había entre las piernas de la bruja no era un horno sino el mismísimo infierno.
—¡Suelta joder! ¡Me arde la polla, hija de perra!
La presa era demasiado fuerte. Lazslo empujaba con todas sus fuerzas intentando liberarse, haciendo crujir el sofá. Le atrapó también con las piernas, y su voz sonó distinta, profunda y metálica, cuando habló de nuevo, mostrando unos dientes blancos como el marfil.
—¿Es demasiado para ti, Puma?
Había algo en aquella voz, burlona y desafiante, que enfureció a Lazslo hasta el límite de la cordura. Dejó de resistirse y pegó su cuerpo al de la bruja, agarrando las gigantescas tetas para tomar impulso embistió salvajemente, con los dientes apretados y salpicando sudor sobre el rostro enloquecido de Biluva. El fuego dejó de quemar, se extendió por todo su cuerpo, por cada músculo y cada vena, llenándolo con una energía primitiva mientras la voz rasposa y perversa sonaba esta vez dentro de su cabeza. "¡Vamos, Puma, fóllatela! ¡Revienta a la vieja bruja!"
Lazslo obedeció a la voz. Agarró la cabeza de Biluva con ambas manos, metiéndole los pulgares en la boca, abriéndola en una sonrisa diabólica al tiempo que golpeaba con las caderas de tal forma que el sofá reventó. La sacerdotisa salió del trance, sus ojos pasaron del delirio al miedo cuando se encontró en el suelo, sobre los restos de su viejo sofá, inmovilizada por una bestia que la taladraba sin compasión. Consiguió que Lazslo le sacase los pulgares de la boca e intentó apartarlo empujando, pero ahora era él quien parecía poseer una fuerza sobrenatural. Agarró las muñecas adornadas con tintineantes pulseras y las inmovilizó contra el suelo. Lazslo rugía, dejando caer saliva en la boca abierta de su presa, la empaló con un cipote que parecía haber duplicado su tamaño, moviéndolo dentro hasta que un fluido ardiente como el magma le llenó las entrañas. Con un chillido que hizo vibrar el cristal de los vasos Biluva perdió el conocimiento.
Jadeante y empapado en sudor Lazslo se puso en pie. Contempló tambaleándose el serpenteante hilo de humo blanco que ascendía de la entrepierna de la mujer inconsciente. Se desmayó sobre un sillón, y antes de perder por completo la consciencia miró la estatuilla de Kuokegaros. Estaba casi seguro de que la sonrisa plagada de colmillos se había hecho más grande.
Despertaron varias horas más tarde, ambos doloridos y agotados pero ilesos. Limpiaron juntos el destrozo y devoraron varios platos de estofado de patatas, casi sin hablar. Luego se dieron una ducha (por alguna razón, ducharse juntos les pareció lo más normal del mundo) y se tumbaron desnudos en la cama.
—Muchas gracias por todo, Biluva.
—Yo apenas hice nada, cielo, fue Kuokegaros quien se manifestó a través de mí y te concedió su poder —dijo la bruja, mientras expulsaba por la nariz el humo de un grueso puro.
—Aún no se como venceré a La Capitana, pero ya no le tengo ningún miedo.
Lazslo cruzó las manos detrás de la cabeza, absorto en los anillos de humo que ascendían desde los labios de Biluva hasta el techo.
—Dime una cosa, ¿lo ha conseguido alguien además de mí? ¿Alguien más ha pasado la prueba de Kuokegaros?— preguntó.
—Solamente una persona —respondió la bruja, tras un largo silencio.
—¿Quien?
—Koudou, mi hijo.
El Boogaloo estaba cerrado, pero no vacío. Nicodemo pasaba un trapo por la barra, para matar el tiempo, mientras escuchaba la conversación de los tres lugartenientes. Koudou, Bogard y Loup Makoa estaban sentados en taburetes, mirando de vez en cuando a la espectacular pelirroja sentada en una mesa, lo bastante lejos como para no oírlos si no levantaban demasiado la voz. Bogard la miraba más a menudo que los demás.
—¿Qué sabemos de ella, Loup? —preguntó el guerrero negro.
Makoa era el encargado de recopilar toda la información aportada a la banda por informadores, espías y chivatos, así que contestó a la pregunta de inmediato y seguro de lo que decía.
—Se llama Elizabeth Rosefield, tiene treinta y tres años y llegó a la ciudad hace catorce. Trabajó un tiempo como modelo, azafata, relaciones públicas... lo típico. Después se metió en la prostitución de alto nivel y no le fue mal, hasta que un tipejo empezó a chulearla. El susodicho andaba metido en asuntos turbios y casi la matan por su culpa. Hace unos tres años cortó por lo sano, dejó el puterío y al tipejo, y desde entonces se gana la vida como puede, a veces trabaja de camarera, de dependienta, otra vez de relaciones públicas... y hace porno de vez en cuando.
—¡Claro! Ya decía yo que me sonaba su cara... —interrumpió Bogard, mirando a la pelirroja con una sonrisa lasciva.
—Ha salido exactamente en catorce películas: "Intercambio anal", "Pelirrojas mamonas 3", "La granja de las viciosas", "¡Oh, no! A mi hermana se la está follando un negro 6 y 12..."
—¡Joder, Makoa, ve al grano! —bufó Koudou, poco interesado en la filmografía de la chica.
—Perdón. La verdad es que no hay mucho más que contar, ahora trabaja para El Coliseum, vendiendo entradas para el combate entre Lazslo y La Capitana.
Los tres lugartenientes se giraron para mirar a Elizabeth, quien intentaba aparentar tranquilidad, aunque la mano con la que sujetaba el cigarrillo temblaba ligeramente cuando se la llevaba a los labios. Tenía las largas piernas cruzadas, y el pie suspendido en el aire giraba de vez en cuando, mostrando la desgastada suela de un botín de tacón alto y cordones rojos.
—Dice que tiene un mensaje importante para Lazslo, ¿se te ocurre que puede ser? —preguntó Bogard, sin dejar de mirarla.
—Ni idea —respondió Loup—. Y dice que no soltará prenda si antes no le hacemos un favor.
—Yo si que le haría un favor.
—¡Calla, Bogard! ¿Y qué coño es lo que quiere? —inquirió Koudou, bastante nervioso por el hecho de que el líder de la banda no daba señales de vida desde el día anterior.
—Al parecer su ex-novio/ex-chulo sigue molestándola, y quiere que le demos un susto.
—¿Que se ha pensado que somos, matones a sueldo? —dijo el lugarteniente de piel oscura, cada vez más enfadado.
—Lo que no se puede negar es que la chavala los tiene bien puestos —terció Nicodemo, dejando de mover el trapo—. Presentarse en el cubil de una banda y exigir algo a cambio de algo no es cosa de broma.
—Es una mujer de bandera —dijo Bogard, más para sí mismo que para sus compañeros.
—No te enamores todavía, compañero. A lo mejor no sale viva de esta.
Sin decir más Koudou se levantó y caminó hasta la mesa con paso enérgico. Loup y el orondo Bogard lo siguieron al instante. Cuando se vio rodeada por los tres lugartenientes sus bonitos ojos azules se abrieron como platos y se puso tensa como una estaca. La tensión se relajó un poco cuando un sonriente Bogard la saludó con un amago de reverencia y le habló en tono amable.
—Es un placer conocerla en persona, señorita Rosefield. Soy un gran admirador de su trabajo. Dígame una cosa... ¿saldrá en "¡Oh, no! A mi hermana se la está follando un negro 19"?
—Pues no, dicen que ya soy mayor para esa serie, pero saldré en "¡Oh, no! A mi mujer se la está follando un negro 7". Por cierto... —dijo mirando a Koudou con los ojos ligeramente entornados y una sonrisa pícara—. Creo que el reparto masculino todavía no está completo, si te interesa...
Koudou explotó. Soltó con fuerza por la nariz todo el aire que estaba conteniendo desde el primer "¡Oh, no!" y puso las palmas de las manos en la mesa con tanta fuerza que el cenicero saltó y se fue rodando hasta el otro extremo del local. Con el rostro a escasos centímetros de el de la pelirroja, quien ahora sí estaba realmente aterrorizada.
—Escúchame bien, "piernas", vas a decirnos ahora mismo eso tan importante que dices saber, y si la información nos resulta útil tal vez pongamos en su sitio a ese macarra que te persigue —dijo el guerrero negro, masticando las palabras—. Pero si nos la juegas, si resulta que eres la putilla de una banda rival o de la policía, te haremos tal destrozo en la cara que solo te ofrecerán papeles en películas de zombies.
Loup Makoa y Bogard se miraron, asombrados por la poco habitual locuacidad de su camarada. Koudou no era de los que amenazan a la ligera, y Elizabeth lo percibió de inmediato. Respiró hondo y miró a Makoa, cuyo agradable rostro no le inspiraba miedo.
—No me preguntéis como lo sé porque no os lo voy a decir, me hagáis lo que me hagáis, pero creo que Darla Graywood ha contratado a Black Manthis para matar a vuestro líder.
Como cada vez que se pronunciaba ese nombre un espeso silencio se apoderó de la atmósfera.